Ya lo comenté, Madrid no era el último destino, ni éste lo será.
Este fin de semana hemos visitado a otra María en Narbonne, una ciudad a dos horas en tren desde Barcelona, a 15km de la costa y en la que hambre no se pasa… Hemos sufrido, sí, sufrido, dos jornadas y media de ingestión de víveres, eso sí, intercalada con algún paseo y visita del casco antiguo de Narbonne y alrededores.
La ciudad en sí es bastante acogedora, callejuelas, edificios clásicos con balaustradas preciosas y una catedral impresionante por lo alta que es, ¿verdad María? No es coña, sí, es muy alta pero ese efecto de ve ayudado porque es muy estrecha y corta, como una caja de zapatos a los alto, el claustro está lleno de gárgolas y si se continúa por el patio del ayuntamiento parece que realmente te trasladas a otra época. Eso sí, Narbonne es pequeñito, y la visita da para lo que da.
Si ya hablamos del aspecto gastronómico la cosa cambia. Narbonne y alrededores da para mucho. Estamos en pleno Languedoc, sinónimo de buen vino, y al lado de la costa, sinónimo de buen pescado.
La ruta comenzó en viernes por la noche en L’ecailler Gourmet, un sitio sin ninguna pretensión pero con muy buen trato, mejor comida y bebida y número uno en Tripadvisor. Entras en lo que parece una pescadería pero al fondo están las mesas. Te traen una pizarra gigante como menú. Pedimos un aperitivo de cuatro cacuelitas con boquerones, mejillones, tapenade y pulpo y después dos parrilladas de tres tipos de pescado, gambas y vieiras y un marmitaco. Antes de cocinarlo te acercan a la mesa una bandeja con el pescado que después comerás. Todo buenísimo, muy buen presentado y acompañado de verduras. Como vino pedimos el blanco de la casa, en una pequeña garrafa (pichet) y estaba brutal, muy suave y fresquito. Los postres y el vino moscatel muy recomendables también. En resumen, visita obligada.
El sábado, después de hacer algo de turismo, María nos llevó a una especie de polígono donde había el espacio lúdico más raro que he visto nunca: una piscina exterior (¡en la que se estaban bañando!), otra interior con toboganes, una pista de patinaje, una bolera, un pub y un restaurante bufé que se llama Les Grands Buffets y en el que por 30€ (bebida aparte), puedes comer «a volonté», como se dice allí. No sabría cómo describirlo… Os puedo asegurar que salimos rodando… Es el bufé de mejor presentación y mayor variedad y sobre todo calidad, que os podáis imaginar. Todo tipo de quesos, embutidos, encurtidos, marisco, ¡ostras!, pequeños aperitivos, comida tradicional francesa, asiática, española y para rematar tournedos, pato o langosta a la americana que te servían en el momento. Y no he hablado de los postres, creo de veras que realmente fueron lo mejor, una mesa gigante llena de tartas, pasteles, helados, golosinas, creps, gofres, galletas y una fuente enorme de chocolate. Puff, fue obligada una siesta después de esa especie de bacanal.
Y por último (¡damos gracias!) el domingo comimos en Le Petit Pastis (bueno, en realidad el sábado por la noche fuimos a cenar también, pero solo una ensaladita, algo ligero). Un sitio muy agradable al lado del río. Es curioso porque parece como si fuera la extensión de un edificio porque dentro hay unas puertas de un portal antiguo en toda regla. El menú, una barra de salchichón como entrante (sí, una barra que tú mismo te cortas con una navajita), dos confits de pato (la piel bien tostadita, súper crujiente sobre un montoncito de cebolla pochada) y un carpaccio de salmón, estos tres platos con el acompañamiento que quieras. De postre café gourmand, o lo que es lo mismo, un café con tres postres mini, arroz con leche con dulce de leche, flan y mousse de chocolate. Ah, y para beber un tinto de la zona (murmuroise, o algo así) que me ha encantado, y eso que yo últimamente soy más de blancos. Buah, ¡otro banquete!
Puede que siempre nos cueste apreciar más lo que tenemos al lado, pero de veras que mis últimas incursiones en Francia me han sorprendido tan gratamente que hasta tengo envidia del valor que le dan a la gastronomía, desde encontrar miles de rincones en los que comer de miedo, hasta en el excelente trato recibido pasando porque en cualquier sitio te ofrecen pan y agua sin cobrártelo y sin añadir a la cuenta ése extraño concepto del servicio.
En cualquier caso mucho que aprender y más que saborear.
Silvi!!! Para q veas que te sigo y te leo, aunque pueda quedar como una criticona, pero es que me sale la vena de correctora: cazuelitas es con «z». Aparte de eso, me encantan tus peripecias gastronómicas. Sigue así! Un besazo
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Gracias Ana, por leer y por corregir. Entiendo que lo de las cacuelitas pudiera resultar, más que malsonante, maloliente… Besos.