No es que queramos convertirnos en críticas gastronómicas, es que nos gusta conocer sitios nuevos. O mejor dicho, nos gusta descubrir sitios en los que nos sintamos a gusto y a los no nos cansemos nunca de ir, una y otra vez, al fin y al cabo somos gente de costumbres.
El caso es que el domingo y lunes pasado estuvimos las dos (aprovechando una escapada que hice a Dublín) junto con Adrianna, una amiga americana de padre francés y apellido italiano, haciendo de jueces, como si de un concurso se tratara.
El domingo estuvimos en Dillinger’s, un restaurante en el barrio de Ranelagh, al sur de Dublín. Es bastante londinense, un trocito de calle, en mitad de una zona residencial, llena de restaurantes, bares y tiendas de todas las clases y tipos. El local es sencillo pero con estilo propio, aprovechando todo el espacio para poner mesas que prácticamente compartes pero que sorprendentemente no molestan. La estética de la carta nos pareció muy original: hojas de blog de colegio mecanografiadas.
Llegamos allí a las 12am, recién abierto. La idea era hacer un brunch, aunque para ser sinceros, ya habíamos desayunado en casa. Los platos que pedimos:
- Salmón ahumado con patatas, huevo escalfado, salsa holandesa y ensalada: quizá debería haber habido algo más de salmón en el plato, pero el conjunto fue delicioso, y la salsa perfecta.
- Salchichas de ternera con patatas fritas, morcilla irlandesa y ensalada: la morcilla estaba cortada en trocitos, lo que la hacía menos pesada y las salchichas sabrosas.
- Tortitas con nata, nueces, arándanos y sirope de arce: ni tan siquiera Adrianna (amante de las tortitas como buena americana) había probado nunca unas tortitas tan buenas, crujientes por fuera, a pesar de estar bañadas en el sirope, que podría reblandecerlas. Seguramente fue lo más sorprendente de la visita.
- Café: muy bueno.
Además, el servicio fue atento y sonriente en todo momento. Salimos a 18€ por persona, el plato principal y las bebidas. Por todo ello, nota: 9 ¡Volveremos!
Si bien lo del domingo fue un poco improvisado, lo del lunes estaba más que pensado: ¡teníamos la reserva hecha desde hacía semanas! Es lo que tiene querer acudir al restaurante que el afamado Jamie Oliver ha abierto en la ciudad (bueno, en un centro comercial en las afueras) y que está siempre lleno: Jamie’s Italian.
No nos extenderemos demasiado, pero la obra se dividió en tres actos:
- Entrantes: decepcionantes; tanto las arancini (crujientes bolas de risotto) como los spaghetti fritos fueron para olvidar; menos mal que el pan era pan.
- Principales: correctos; los tagliolini con ragú de liebre, los ravioli con mozzarella di buffala con crema de mantequilla y menta y la saltimbocca de ternera nos parecieron deliciosos al lado de los entrantes, pero creo que teníamos hambre, eran correctos.
- Postres: sorprendentes; hemos de ser sinceras y decir que realmente nos gustaron, o es que a esas alturas no esperábamos mucho, pero los helados, el pastel de limón y sobre todo el tiramisù de naranja, estaban deliciosos.
El servicio fue bueno, correcto y rápido, sorprendente para ser un sitio grande y estar lleno de gente. Salimos a unos 30€ por persona con cafés pero sin bebidas. En cualquier caso, sintiéndolo mucho, tenemos que darle una nota de un 6,5.
Seguramente todo, al hacerlo grande, pierde la esencia de lo auténtico. Esperemos que Dillinger’s siga siendo un pequeño gran sitio.
100% de acuerdo en la opinión de Jamie’s. Correcto, a secas. Jamie Oliver está aprovechando el tirón comercial de su imagen y abriendo varias cadenas de restaurantes.