¿Soy yo o a vosotros también os pasa? Cuando me dicen manzanilla, mi primer pensamiento es, dolor de tripa, vómitos, legañas… Mientras que si oigo camomila, lo que aparece en mi mente son campos verdes llenos margaritas bajo un sol cálido de primavera…
A mi de pequeña sólo me daban manzanilla cuando mi estómago estaba revuelto, me decían que esta me lo calmaría o bien haría que lo echase todo, pero en ambos casos me iría bien o también en forma de baños para los ojos, cuando me levantaba de la cama y tenía los párpados pegados por legañas, mi madre empapaba algodones en manzanilla bien caliente y me los frotaba con cuidado pero a conciencia.
No fue hasta que me fui al extranjero que al pedirme una infusión, entre otros te ofrecían camomile, y seré yo, pero es que ya solo el sonido de la palabra me parece más dulce… camomile… Así que aquí fue cuando empecé a disfrutar el placer de beberla por el simple hecho de hacerlo y disfrutar de ella.
Cosas curiosas de mi mente, que demuestran claramente como experiencias y vivencias nos condicionan, pues realmente manzanilla y camomila son exactamente lo mismo, son dos palabras que se refieren a la misma planta… aun que para mí ahora es camomila :P.
¿Y entonces el por qué de las dos palabras? Pues simplemente por su procedencia, viene del latín «chamaemēlon», manzanilla es su traducción literal (significa manzano de tierra) y camomila es su adaptación fonética.
Dejando referencias lingüísticas aparte, la receta de hoy es de esas que nos invita a imaginarnos más mi segundo escenario, el de una tarde de paz y tranquilidad en una pradera llena de florecillas blancas y amarillas, con el sol brillando suavemente sobre nuestras cabezas, y es que este bizcocho a la camomila es todo dulzura y sensibilidad y la textura es ligera y delicada.
BIZCOCHO DE CAMOMILA
Si tenéis la suerte de tener las florecillas naturales y secas mejor, pero si no, no os preocupéis, podéis usar perfectamente bolsitas de infusiones de manzanilla que tengáis por casa.
Si vais con prisas y no tenéis tiempo de infusionar la leche, no pasa nada, el sabor será un poco menos intenso, pero igualmente rico y delicioso.
125ml leche
2 cucharaditas de camomila o manzanilla seca (1 bolsita)
2 huevos
110g azúcar
90ml aceite de oliva, suave
135g harina de trigo
2 cucharaditas levadura
1 pizca de sal
1 cucharada de miel (opcional)
Para servir
Yogur griego
Miel
Precalienta el horno a 170ºC y engrasa un molde con aceite y fórralo con papel vegetal.
En un cazo pon a calentar la leche a fuego medio, cuando empiece a burbujear, retira del fuego, añade una cucharadita de camomila, tapa y deja reposar durante 10 minutos. Cuela y descarta la camomila utilizada (no os preocupéis por los restos que puedan quedar en la leche).
Mientras tanto, en un bol mezcla la harina, levadura y sal.
En otro bol y con ayuda de una batidora eléctrica, bate a velocidad máxima los huevos con el azúcar y la otra cucharadita de camomila, durante 4-5 minutos hasta que obtengas una crema espumosa y blanquecina.
Con la batidora a velocidad más suave, vierte el aceite en hilo, poco a poco. Añade la leche ya infusionada y templada y sigue batiendo.
Por último, incorpora la mezcla de la harina y bate otro par de minutos.
Vierte la masa en el molde previamente preparado y hornea durante 30-40 minutos, hasta que la parte superior esté dorada y al insertar una palillo metálico este salga limpio. Sácalo del horno, deja reposar 5 minutos y desmolda, déjalo enfriar encima de una rejilla.
Para servir, mezcla yogur griego con unas cucharaditas de miel y sírvelo junto al bizcocho.