Pocas cosas me gustan más que cogerme un día libre entre semana y pasear por el centro de Barcelona (antes lo hacía en Madrid), aprovechar para ver alguna exposición, recorrer algún barrio en particular o ir entrando tranquilamente en las tiendas sin el agobio del fin de semana.
Entre medias, ir a comer a algún restaurante agradable y donde se coma bien. Podría ser un sitio recién abierto o un sitio que siempre haya estado ahí pero al que nunca haya ido o, como en Madrid, al sitio de siempre, El Caldero, en la calle Huertas.
El viernes pasado fue uno de esos días. Me levanté pronto, cogí el coche e hice una primera parada en Sitges. Café al sol, con vistas al mar y en compañía de Jenn. Venga, las dos en marcha, dirección Barcelona. En esta ocasión no teníamos exposición en la agenda, así que a pasear por Plaza de Cataluña y Puerta del Ángel.
En realidad el único objetivo del día era ir a comer a La Fonda en el Hotel España, ubicado en un edificio modernista de 1859 y reformado hace un par de años. Todo es muy opinable, y a mi parecer, hay ciertas cosas en las que se han excedido reformándolas, no hacía falta que le dieran un aire tan moderno (que a la postre, quedan anticuadas mucho antes que lo verdaderamente antiguo).
En cualquier caso, lo que nos ocupa realmente es el restaurante, La Fonda. El espacio es precioso (las fotos no son de gran calidad pero creo que dejan apreciarlo), al entrar puede parecer que estás fuera de lugar (bajábamos mucho la media de edad), pero es diferente, y a pesar de los fríos azulejos, te sientes muy cómodo rápidamente.
Está dirigido por Martín Berasategui y aunque las raciones son un poco justas, alivia no encontrarse en la carta nombres raros de platos tipo espumas liofilizadas o aromas deconstruidos. El trato es exquisito, siempre a su debido tiempo y alegra que al llegar te pongan un pequeño aperitivo con una copa de cava (nada usual en tierras catalanas).
No os voy a detallar todos los platos que tienen (los podéis consultar en su web), pero sí aconsejaros como postre la torrija casera con helado de leche del caserío y polvo de almendras (en catalán no sé por qué la llaman torrada de Santa Teresa a la torrija). Lejos de resultar pesada, la torrija es como un ligero bizcocho borracho y el helado como si fuera de nata, pero mucho más rico.
Fue una agradable comida y sobremesa, con mejor charla y compañía si cabe.
P.S.- A pesar de la advertencia de mi hermana, se me olvidó hacer fotos de la comida. Cuando la comida ya esta en la mesa no hay que andarse con tonterías.